Empezó el curso en la facultad de psicologia y mis padres me
llevaron a Santiago. Corría el año 93 y aún me quedarían 5 años como mínimo
estudiando allí. Tenía 18 años y era entonces cuando comenzaba mi vida
realmente.
Los primeros días lo pasé muy mal, no conocía a nadie en la
residencia Monte da condesa. Aunque estaba en una habitación doble no tenía
compañera de habitación con la que hablar y tampoco me atrevía a ir sola hasta
la facultad por si me caia. Al final de la semana vinieron mi madre y una amiga
de la familia y me llevaron a la facultad. Allí estaba un amigo de mi amiga del
instituto.
Hablé con él y me
dijo que el lunes iría a buscarme para acompañarme a clase..
Ese fin de semana me fui a mi casa mucho más tranquila.
A mitad de curso en la residencia,
una de las residentes que llevaba allí más tiempo me preguntó si quería
compartir la habitación con ella.
-¡Claro que sí!, ¡estaba deseando tener una
compañera de habitación por fin!.
Nos cambiamos de habitación a una del último
piso más grande, bonita y mucho más soleada y alegre.
Me sentía bién, estaba consiguiendo salir
adelante por mí misma, poco a poco estaba logrando integrarme sin ayuda de
nadie.
.El segundo curso empecé a usar la silla de ruedas que había
comprado hacía 2 años, ya que me sería mucho más cómoda y me daría más
independencia. Aunque al principio no me gustó nada la idea, poco a poco me fui
acostumbrando a ella. Siempre había alguien dispuesto a ayudarme y la verdad es
que todos se portaban muy bien conmigo. Ya conocía a mucha gente y tenía
un grupo de amigos.
En el 3ª año entró mi hermano en la
residencia para llevarme a clase y estar allí para lo que me hiciera falta.
Aunque me iba arreglando bien yo sola, nunca estaba de más alguna ayuda.
Pero algunas de mis amigas se empeñaban en que tenía que hacer ejercicio
para estar mejor. Sé que lo hacían con buena intención pero a mi me parecía mal
que insinuaran que estaba en silla de ruedas porque yo quería o era muy vaga
para andar. Actuaban como si mi enfermedad se pudiera curar dando unos paseos.
Entonces compré una silla de motor
que me dio muchísima independencia: ya podía ir sola a clase, cuando quisiera y
sin tener que estar esperando a nadie. Para mí eso era maravilloso ya que
estaba acostumbrada a depender de alguien para ir a cualquier sitio. Cuando
necesitaba que me construyeran alguna rampa no tenía más que pedirla en mi
residencia y ellos se encargaban de todo. Incluso una vez que iba con una amiga
al comedor pasó un hombre y me preguntó si veía alguna barrera arquitectónica
en el campus ya que él era arquitecto y podía arreglarlo. Le dije donde se
podría hacer alguna rampa y al poco tiempo ya las tenía hechas.
Ya estaba totalmente integrada tanto en la facultad como en la residencia.
Conocía a todos y todos me conocían a mí. Incluso me quedaba en la residencia
algún fin de semana, me gustaba más quedarme allí que irme a mi casa.
No me perdía ninguna fiesta de la residencia ni ningún café-concierto.
También fui de viaje de fin de curso con mis amigas de Magisterio de
Pontevedra, que se acordaron de mí.
Los estudios me iban mucho mejor y
cada vez me gustaban más. Había un par de asignaturas que me apasionaban y
nunca me perdía las clases. Algunos de mis amigos habían abandonado ya la
carrera y otros se habían quedado atrás.
Durante el último curso hice los trámites para, una vez terminada la
carrera, realizar prácticas pre-profesionales en un centro de drogodependientes
en O Grove. No quería quedarme sin hacer nada cuando hubiera terminado de
estudiar.. Además estaba deseando empezar a trabajar.
. Y llegaron las cenas de despedida ya que ya estábamos terminando
y cada uno volvíamos a nuestras casas..
A la mayoría de mis amigos y compañeros no los
he vuelto a ver. Supongo que cada uno siguió con su vida.
Esa etapa marcó un antes y un
después en mi vida. Supongo que los estudios de psicología tambien me ayudaron,
entre otras cosas, a tener una mayor autoestima pero sobre todo a darme cuenta
de que soy capaz de hacer muchas cosas si me lo propongo.
Otra vez en O Grove y viviendo en
casa de mis padres, ahora que sabía que era estar fuera de casa me resultaría
más difícil acostumbrarme de nuevo a volver. Otra vez me había quedado sin
amigos. Pero tenía suerte, ¡iba a empezar a trabajar ya aunque sólo fuera
haciendo prácticas!.
Ahora comenzaba una nueva etapa en mi vida. La vida de estudiante ya había
quedado atrás. Estábamos a finales del año 99 y yo tenía 24 años.
Unos días después fui hasta el centro
de drogodependientes en mi silla de ruedas a motor que ya habiamos traído de
Santiago.
Esta silla llamó mucho la atención. En un pueblo tan pequeño se supone que
todos nos conocemos , pero la mayoría de la gente no me conocía o no se
acordaba de mí. Hay que recordar que cuando empecé a estudiar en la universidad
todavía caminaba. Además era la única silla con motor que había por aquí Por
supuesto las calles estaban muy poco adaptadas y los lugares públicos tampoco.
Hablé con la psicóloga del centro y
decidimos que empezaría en unos días. No sabía como me iba a ir allí. Era la 1ª
vez que iba a trabajar, ¡tendría una jefa y compañeros!.
El edificio no estaba adaptado y todos los días me tenían que subir con la
silla por las escaleras, aparte de eso me encontré muy bién trabajando allí con
todos mis compañeros.
Al cabo de unos meses empezó también
allí a hacer prácticas una compañera de la facultad.
Mientras seguía ahí, presenté un proyecto para trabajar en un centro de la
3ª edad como psicóloga. En teoría, las personas con algún tipo de minusvalía
tenemos preferencia sobre aquellas sin problemas físicos para conseguir un
trabajo, es la discriminación positiva. Así que, conseguí mi 1º contrato
durante ocho meses en el ayuntamiento de O'Grove para trabajar como psicóloga
para la tercera edad.
Esta etapa no fue tan bien como
otras. La gente mayor todavía no acepta que una persona en silla de ruedas
pueda estudiar y trabajar.
Un día entregué mi currículum en COGAMI (Confederación de minusvalidos de
Galicia) y allí me dieron el correo electrónico de Javi, un chico de mi edad
que también tenía ataxia de friedreich para que me pusiese en contacto con él.
Nunca había conocido ni oido hablar de nadie que tuviese la misma enfermedad
que yo.
Hacía poco tiempo que me había
comprado un ordenador y no sabía bién como utilizarlo, pero poco a poco fui
aprendiendo. Javi me dio una direccion de una página web sobre ataxia.Conoci a
mucha gente con ataxia, de España y Latinoamérica: Madrid, Huelva, Bilbao,
Méjico o Argentina. Afectados de Ataxia, familiares o amigos Me fui enterando
un poco más de todo lo relacionado con mi enfermedad, ya que nunca había
querido saber nada de ella. Conocí a muchas personas con ataxia, primero a
través de Internet pero luego en persona, ya que cada año nos reunimos. En la
1ª reunión en Madrid estaba muy nerviosa. Iba a conocer en persona a todos los
compañeros
con los que había chateado
durante tanto tiempo y que además tenían la misma enfermedad que yo. Todo fue
muy bién, aunque cada uno tiene su forma de ser y de pensar todos tenemos en
común una cosa: la misma enfermedad.
Entonces abrieron un hotel-balneario en la toja donde trabajaba una fisio y
un médico entre otros. Empecé a ir allí todos los días para hacer algo de
ejercicio.
Cuando acabé mi primer contrato, estuve preparando unas oposiciones que
convocó la Xunta de Galicia donde ofertaba varias plazas para psicólogos, de
entre las cuales, una era para minusválidos. Conforme se acercaba la fecha del
examen más nerviosa estaba. No sabía si quería aprobar o no, tenía miedo de no
poder realizar el trabajo
la fecha del
examen m donde trabajaba una fisio y un m Al final suspendí ya en el primer examen.
Al poco tiempo me llegó una carta donde decía que estaba admitida para
trabajar en el ayuntamiento por el Plan Labora como psicóloga con un contrato
por un año. Al final organizamos un grupo de autoayuda para discapacitados.
Todo fue muy bien ese año. Me sentía bién en el trabajo y con mis compañeros
que me ayudaban mucho. Organizamos muchas cenas y salíamos todos juntos.
Con el grupo de autoayuda tambien iban bien las cosas. E staba muy orgullosa
de lo que estaba haciendo, aunque no era mucho,
estas personas se sentían mejor y más apoyadas. pero se me terminó el
contrato y se disolvió el grupo, aunque yo seguí en el ayuntamiento como
voluntaria unos meses más.